martes, 23 de octubre de 2007

Creo que ya es madrugada. Las persianas de la ventana estaban bajadas desde antes de que llegara, han permanecido así todos estos días. La luz del sol habrá entrado sólo a media tarde, cuando se vuelve horizontal y usurpadora, trajinando en los objetos y en las paredes. No sé qué tipo de atmósfera se crea a esa hora, pero es obvio que cualquier cosa podría pasar con esa luz. La última vez que estuviste aquí acumulamos muchas cerillas en el salón. La luz se había acabado, y estábamos cansados y mecánicos. Por eso llegó la hora del desvelo, y la piel de la chirimoya sobre la mesa, encima del plato, entre unas ciruelas redondas y sucias y muchos ceniceros con colillas pequeñas y pipas negras y brillantes, tesoros desechables, y agua destilada y hielo derretido y tu cara y a veces también tu boca llena de vino y limonada. Desde hace tiempo, la última tarde siempre me coge sola en la habitación y los recuerdos se me difuminan, concentro mi mirada en ese tacto abstracto del naranja, como del tiempo cuando está pasando. Al día siguiente me escapé a la ciudad y recorrí los túneles y las aceras. Estiré mis brazos para comprobar que había paredes y la dureza que encontré me dio alivio. Cuando el sol bajaba, vertical y siniestro, volví a casa. No sé si es increíble, pero tú seguías aquí, sólo que con los ceniceros mucho más vacíos y la piel limpia. Entonces ya estábamos los dos, y fuimos dueños de la vida. A lo mejor no te acuerdas, pero yo podía ver tu silueta aunque estuviese de espaldas a ti. Creo que es de madrugada, y estoy sola de nuevo, por eso estoy despierta y es de noche, creo que sólo por eso.

miércoles, 17 de octubre de 2007

Cápsulas de veneno

realidades

pasos marcados por el que huye

idiota despavorido.


Un lento amanecer que no se mira

la noche floreciendo

y yo muy lejos.


Temer una vez más por lo vencido

y recorrer las calles

sin moverme de aquí

de esta mesa

con esta tos de principios de otoño

con lo que es mío.


Uno no experimenta la transformación del tiempo

sino que acude a ella cuando ya es tarde.



lunes, 15 de octubre de 2007


Las noches siempre tendrán el ritmo de lo eterno.

lunes, 8 de octubre de 2007

Los rubios camareros del algún país del este me sirven, sonrientes, un café en vaso templado y un dulce de azúcar, blando y esponjoso. El dulce tiene restos de chocolate de otro compañero suyo de vitrina. Lo pruebo y sabe a chocolate, y no soporto el chocolate por las mañanas. Mastico un par de trozos y me doy cuenta de que no puedo comer. He perdido un tren y de pronto todas las obligaciones me amordazan el estómago.

A mi lado, un señor corpulento, cincuentón, a duras penas contra su respiración pide un café con leche, en taza, y una copa de coñac, redonda y caliente. Son las diez menos veinte y la cafetería de la estación está empezando a vaciarse. El hombre se bebe el café en un instante, no me he dado cuenta y ya estaba la taza alejada de sus brazos, cerca de mí. Los nervios me atenazan la garganta y quizá vea borroso, aunque todo parece presentarse nítido ante mis ojos: la copa de coñac descansa en sus manos, son ya las diez menos cuarto y él esconde su expresión bajo unas anticuadas gafas de sol bastante caras. Mira hacia el frente, hacia el reloj, pero como si no mirara, fingiendo que no vigila la hora de su primer trago.

Las caras de la mañana, el sueño acumulado en las mejillas, en la carne que recorre la mandíbula, en todos los labios acolchados y un poco gelatinosos. Cuesta trabajo mover la boca al principio del día. La lengua quisiera quedarse enterrada, sosteniendo el paladar. Algunas caras están rejuvenecidas por el sueño, parecen muñecos hinchados, máscaras infantiles con párpados ridículos, demasiado prominentes.

Una vieja, sin embargo, luce unas ojeras antiguas y sus labios pintados de rojo parecen llevar ya horas peleándose con la dentadura postiza. Lo último que espero de ella es un bostezo. La chica rubia de la barra, sudada y apestando a nata, le sirve una tostada de pan sin miga, falso. La anciana se queja, coqueta y sonriente, y mira alrededor pidiendo apoyo o confirmación: es demasiado pan. No puede comerlo entero, y el pan no se tira, ni siquiera éste, falso. La camarera no le hace caso, le da la espalda, todavía varios clientes la reclaman. Sin perder la sonrisa en sus labios afilados y llenos de grietas, unta manteca dura en una esquina del pan, que acaba desmenuzándose como la piel de sus manos. La señora se ruboriza, está inquieta y a pesar de su edad, creo que siente vergüenza e incomodo, como si todos los presentes la miraran; sus ojillos lejanos se tropiezan en las esquinas de la mesa donde se ha sentado, se está lamentando, quizá arrepentida, por ese pan de mentira que se desborda del plato, por la mala educación de los jóvenes, por lo devaluadas que están las caricias, como si todo eso fuera culpa suya, todo este mundo agitado y lleno de monstruos.

Esta mañana se me hace especialmente insoportable la importancia del reloj, que avanza, milimétrico, bordeando su esfera impía. Siento el día histérico, apresurado. En toda su importancia digno de empezar de nuevo. Yo también me arrepiento de algo, aunque no sé de qué, y mi corazón se alza, falso responsable, asfixiándome el aire y los minutos. Ya en el andén, espero un tren que se retrasa. Llego tarde a la oficina y la vida, a pesar de este delicioso sol que inunda los ojos y cae tibio sobre las primeras ropas del otoño, me resulta, así, terriblemente absurda.

domingo, 7 de octubre de 2007

LA SALA ROJA

Estáis todos invitados a la Sala Roja.
Martes día 9 de octubre, 8 de la tarde, en el Café Galdós.
Vamos a reunirnos: cervezas, literatura, leer, escribir, algo, lo que sea, ya iremos viendo.
Pero empecemos. Probemos.
Venid...

LA SALA ROJA

CAFÉ GALDÓS

c/ Los Madrazo, 10


(Metro Sevilla)


Os esperamos.